Anochece en el Barrio de Las Letras. Callejeando atentos, aún pueden escucharse los pasos de los escritores ilustres que lo habitaron, ecos de las caballerías metiendo ruido al trotar sobre los adoquines, intuir en las esquinas cercanas a hombres embozados que esperan su oportunidad, observar de soslayo a buscavidas y maleantes de todo pelaje.

El último rayo de luz está a punto de marcharse y no es buena hora, allá por el siglo XVII, para seguir al raso. Tenemos fe en que, ante cualquier incidente, podamos acogernos a la protección del capitán Alonso Contreras, Alatriste años después gracias a Don Arturo Pérez Reverte; anda por estos días acogido en casa de Garcilaso Lope de Vega, a pocas cuadras de donde nos encontramos.

Pero vamos a dejar las ensoñaciones, que estamos bien entrados en el siglo XXI. En la calle de San Blas nº 4, a espaldas de la calle Atocha 111, existe una bodega, la más antigua del centro de Madrid, convertida en el restaurante Bodega de los Secretos, quizá la única de estas características que se conserva en el centro de la ciudad. Es uno de esos tesoros ocultos, abandonados y llamados a desaparecer, que a veces se salvan y salen a la luz, gracias a particulares que reconocen su valor histórico y ponen todo su empeño en su conservación y rehabilitación. En este caso, fue su propietario, Raúl Muñoz, quien puso todo el empeño para llevar a buen fin la restauración y rehabilitación de este espacio singular.

Es una pequeña joya arquitectónica, con más de 400 años, que estuvo a punto de perderse. Durante meses se realizó una cuidadosa restauración donde lo más importante era conservar el espacio original. Más de 8 km de juntas de ladrillo cocido han sido tratadas, consolidadas y selladas respetando incluso las cicatrices que dejó la escalera original de la bodega.

En las zonas en que el deterioro era tan grande que no se podían recuperar, los ladrillos fueron sustituidos por otros realizados a la antigua usanza en una fábrica artesanal, en Arévalo, en la que se continúan haciendo a mano, como hace siglos.

Se han conservado todos los elementos constructivos y los materiales en la medida de lo posible. Tanto los más antiguos como los de épocas más recientes, todos testigos de las diferentes etapas en la historia de esta singular construcción.

En el siglo XVII, la bodega se encontraba en el borde de la ciudad de Madrid. A principios de ese siglo se construyó la primera galería que permitía conseguir las condiciones de temperatura idóneas para la crianza del vino de la zona. Posteriormente los monjes de la orden de San Felipe Neri, ampliaron la bodega dotándola de galerías en forma de claustro llenas de hornacinas, cúpulas, arcos y pechinas ornamentadas.

Este laberinto de galerías y cuevas, que nos transporta a tiempos pasados y ha estado escondido durante más de 400 años, se convierte en un buen marco para disfrutar de una cena inolvidable.

Al entrar, nos acoge un vestíbulo que hace las veces de recepción. De allí bajamos las escaleras que dan acceso al comedor, o quizás estuviese mejor dicho a los comedores. Digo esto porque realmente no es una sala única, sino varias galerías. En ellas se han creado semireservados o cuevas, donde antes estaban las hornacinas que se utilizaban para colocar las tinajas en las que descansaba el vino.

En una de estas pequeñas cuevas nos acomodan para cenar.

Empezamos por el vino. Tomaremos un blanco que ya conocía, O Luar do Sil, un Godello de la bodega Pago de los Capellanes. Un monovarietal de suelos de granito, expresión nítida de esta variedad. Un vino con carácter vivo y fresco.

Vemos la carta. Elaboraciones clásicas o más actuales, pero casi siempre con un toque de modernidad. Compartiremos, empezando por dos medias raciones de croquetas, de jamón y chipirón, respectivamente. Cremosas y limpias de aceite. Nos gustaron

A continuación, llegaron las berenjenas en tempura con hummus de piquillo. Un plato de bonita presentación y con un rebozo crujiente que esconde las tiras de berenjena, casi cremosas por el calor de la sartén.

Después nos llega el pulpo a la brasa con aceite de pimentón de la Vera y cremoso de patata trufada. Un clásico de la cocina gallega, con ese toque más de ahora, al sustituir la patata por un puré de ese tubérculo, con el toque del sabor trufado.  En su punto el pulpo, y muy agradable con el aceite aromatizado y el puré trufado.

Acabamos la parte salada con el rulo de rabo de toro con salsa de garnacha, setas y muselina de patata. Si hasta ahora todo me gustó, en mi opinión, el rulo fue el plato estrella de la noche. Tierno y muy sabroso, con esa salsa densa y oscura, que casi pedía cuchara.

Para los postres seguimos compartiendo. Esa noche coincidimos varios golosos. Así que nos “conformamos” con tres postres: Tarta de queso cremosa, Tarta Tatin de manzana caramelizada y nata de canela, y un sorbete de mojito. Tres buenos postres caseros para terminar una rica cena, compartida por dos parejas que hacía unos años que no nos veíamos. Con un abrazo y la promesa de no tardar tanto en repetir, nos despedimos.

Salimos en direcciones opuestas, y vuelven los ecos del pasado. El capitán Alonso Contreras estará con sus compañeros de armas en cualquier taberna de la zona. Así que conviene no demorarse en coger el metro en Banco de España, no vaya a ser que…

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