Estamos en el barrio de Puertochico, que se articula alrededor de la plaza de mismo nombre, con calles tan santanderinas como Hernán Cortés, Castelar, Peña Herbosa, Juan de la Cosa, Bonifaz, Casimiro Sainz y Tetuán. Durante siglos fueron el hogar de una activa comunidad pesquera, antes de que el Barrio Pesquero asumiera este rol.
La gastronomía también dejó su huella popular y marinera en el barrio. Mesones y tascas servían sardinas asadas y marmitas de bonito, platos que se convertían en verdaderos festines para la vecindad.
Hoy es, fundamentalmente, zona de paseo, comercio y negocios hosteleros. Conviven restaurantes, bares y tascas tradicionales, con otros en los que van ganado la partida cocinas de otras tierras o, como ahora es frecuente, de fusiones variopintas.
Dentro de la categoría más popular, está la Bodega Fuente Dé. Entrar en ella es volver varias décadas atrás, sentir que el tiempo se detuvo en aquel bar y restaurante, famoso por sus blancos y sus quesos, especialmente el Picón que sigue poniéndose como tapa. Cruzas la puerta y aparece la barra, y al fondo unas mesas para los que deciden comer o cenar acompañados de la animación de un local con éxito, siempre lleno. Acuden a diario parroquianos del barrio, y también, de vez en cuando, santanderinos o turistas deseosos de tomar un blanquito o comer y cenar como Dios manda.
Hace no muchos años, abrieron un comedor nuevo que es nuestro favorito. Nada más terminar la barra, en un recodo a la izquierda, el bullicio se termina. Lugar tranquilo, donde disfrutar de la carta de esta Bodega.
Digo “nuestro favorito”, y digo bien. Por aquellas cosas de las emociones y sentimientos, o por eso y más cosas, algún día decidimos que la Bodega Fuente Dé iba a ser sede de esta santa cofradía de san miércoles. Nos gusta entrar y sentir sus años y su vitalidad, como huele, como nos tratan y lo bien que se come y bebe. Además, a un precio más que razonable.
Y a ello nos pusimos, empezando por un vino clásico de Rioja, que repite siempre que acudimos a ésta, nuestra casa. Un Glorioso crianza, 100% tempranillo. Marca centenaria de las Bodegas Palacio, se trata de un caldo con buen equilibrio entre la fruta y la madera, un clásico de la Rioja alavesa.
En horario de cena nos decidimos por el picoteo, dejando para mejor ocasión los cocidos lebaniego y montañés que sirven en días alternos, en horario de comida.
En esta ocasión pedimos una tabla de embutidos, unos huevos con picadillo y patatas fritas, y una ración de bacalao encebollado. Para terminar, media ración de queso picón.
Los embutidos cumplieron con su función de aplacar el primer apetito. Estaban ricos, sobresaliendo la cecina.
La ración de huevos fritos con picadillo y patatas fue convertida con maestría en huevos estrellados. Gran mezcla, sabrosona mezcla con la colaboración de todos los ingredientes. Como buen patatófilo, diré que en esta Bodega las patatas fritas están más que buenas y colaboraron a que los estrellados y el picadillo brillasen aún más, lo mismo que hacen en cualquiera de las múltiples raciones donde aparecen sobre el plato.
El bacalao de muy buena calidad, enharinado y frito en su justo punto. Sobre él, una fritada de cebolla. Jugoso, con sabor a buen bacalao y con la cebolla tierna, resulta un plato redondo.
Siempre que cenamos aquí, terminamos con el picón. Un queso con madurez suficiente para que esté tierno y cremoso. Con pan y una copa de Glorioso, resultan un postre notable.
Agradecidos a nuestro santo patrón, y a los ilustres que nos han cocinado y servido bien y ágilmente, nos despedimos de la Bodega donde nos gusta recalar de cuando en vez. Siempre, pero un poco más aquí, somos conscientes de la suerte de pertenecer a esta cofradía, santo y seña de bastantes de las buenas cosas que merecen la pena.