Casalucita es un pequeño restaurante de Muriedas. Está situado muy cerca del Ayuntamiento de Camargo y del IES Muriedas. Enclavado en una zona tranquila, con casas de arquitectura tradicional, nos recuerda lo que podía ser esta localidad hace muchos años, antes de su espectacular crecimiento.
El edificio, de planta baja, alberga un comedor con pocas mesas desde el que se puede ver la cocina abierta. En el exterior una terraza de ambiente apacible, con mesas bajas en las que se puede comer o cenar.
Este proyecto gastronómico tiene parentesco con el restaurante El Baruco de Anero. De hecho, es un desarrolo personal del cocinero Cristian Periscal, alma también de El Baruco de Anero. La carta es de corte similar al Baruco. Su manera de describir la oferta culinaria nos recuerda esa cercanía.
Cocina moderna, con una oferta no muy larga, pero más que suficiente para una rica comida o cena. Al presentarnos la carta nos comentan que se trata de platillos para compartir y que, en función de lo que nos apetezca, podrán orientarnos para ampliar o recortar la comanda.
Empezamos por el vino, un desconocido para nosotros. Se llama La Nave y es un vino tinto con crianza en barrica de la región del Bierzo, elaborado por Bodega Casa Aurora.
Un caldo fresco y sabroso elaborado con uvas Mencía (90%), Garnacha Tintorera y Palomino procedentes de viñas viejas (edad media de 65 años) de diversos viticultores del Bierzo.
Fermenta en depósitos abiertos de PVC con levaduras autóctonas, y la maloláctica, espontánea, ya en las barricas. Envejece en barricas de roble francés usadas.

Empezamos la cena con una sopa fría de verano, ajoblanco con fruta fresca y albahaca. Deliciosa combinación con los sabores de la almendra, el aceite de oliva, trocitos de fresa y melocotón, todo ello aromatizado por la albahaca.
Seguimos con unas croquetas de bacalao y morcilla. La primera vez que veo esta combinación. Con sabor de peso y rica bechamel, pasaron con muy buena nota.
Después, una opción fuera de carta, el ceviche de corvina. Típica elaboración de la cocina peruana, con el sabor del pescado un tanto escondido en los cítricos. Bien, pero un sabor dulce nos pareció que no acompañaba del todo.
A continuación probamos los tacos de carne mechada, lima y queso. Manos a la obra, nunca mejor dicho, resultaron un bocado sabrosote.
Después, la ensaladilla con tartar de atún. Suele atraernos casi siempre, sea cual sea el acento que le pongan, en este caso el tartar. Aunque sea ya un clásico de nuestras cocinas, aún más en verano, casi nunca defrauda. Esa noche la disfrutamos especialmente.
Finalizamos la cena con un platillo original, la coliflor, mejillón y curry de coco. Soy poco amigo de esta hortaliza, pero confieso que nos gustó a todos. Sin duda es una receta valiente, pero como atrevidos comensales que somos, la decisión mereció la pena.
Para los postres, compartimos dos. Por un lado, el cremoso de queso con fresas y estragón; por otro, el bizcocho de naranja, chocolate y cardamomo. Los dos muy notables, llenos de sabores y colores, con texturas cremosas. Ricos, ricos.
Y así fue la experiencia, feliz y gustosa. Un restaurante que merece la pena conocer y si se tercia, repetir.