Hay chiringuitos informales, sencillos; otros se han ido sofisticando por los servicios que ofrecen y/o por sus instalaciones.
El Chiringuito El Puntal juega en otra división, especialmente para los santanderinos. No solamente por el establecimiento sino por la playa, el viaje en lancha, las experiencias que allí hemos vivido.
La playa del Puntal nos trae recuerdos de verano, días largos al sol, comida de bocata, baños, juegos, paseos y lecturas. También de sus dunas, que tanto servían para jugar a indios y vaqueros cuando niños, como para iniciarse en los escarceos amorosos juveniles.
La vida es en ocasiones un valle de lágrimas; todos lo hemos experimentado. Pero, a veces, se abren pequeños paraísos en los que todo cuadra para unos momentos de felicidad plena. Eso puede ocurrir un día soleado, con viaje en lancha y comida en el Chiringuito El Puntal.
Y si ese día es en junio y entre semana, mejor. El turismo de masas aún no ha hecho presencia. Lo mismo puede pasar en septiembre.
Aquel mediodía abordamos la pedreñera en el embarcadero, para iniciar nuestro viaje. Que gozada, sentados en babor, sintiendo el nordestillo fresco, abriendo bien los ojos para no perder detalle o cerrándolos para soñar unos instantes. Está bien soñar a cualquier edad. Poder dejar el papel de pasajero, para ser unos segundos el patrón de esa embarcación que nunca podrás pilotar, salvo así, con los ojos cerrados.
Pero dejemos ensoñaciones y volvamos a la realidad, que hoy merece la pena. Llegamos al embarcadero que las familias de Ricardo y Tricio levantaron con sus manos al inicio de la década de los 70. Y ya por la hora, dirigimos nuestra proa hacia el chiringuito.
Tiene una parte central con barra y dos comedores, uno a la izquierda según miras a la barra y otro, más pequeño y reciente a la derecha.
Ese día nos tocó inaugurar el comedor pequeño y coqueto. Muy abierto, con vistas pasmosas, mobiliario funcional y cómodo. Para muestra, un botón
Ya sentados pedimos un O Luar do Sil Godello 2024. Un vino blanco joven de viticultura tradicional, elaborado a partir de la variedad autóctona Godello, la variedad estrella de Valdeorras. Aventura gallega de la bodega Pago de Capellanes con prestigio en la Ribera del Duero.
Limpio y brillante. En boca, sutil y delicado, con notas cítricas que llevan a un final fresco y elegante. Puedo decir que nos encantó. Verlo y beberlo es uno de los bonitos recuerdos de aquel día.
Junto al mar, nos decidimos por comer mar. Empezamos con un par de nécoras a la plancha, carnosas y jugosas a la vez. No suelo ser muy partidario del marisco con concha, pero reconozco que estaban muy buenas.
Seguimos con gambas a la plancha, poco hechas, al punto de sal.
Terminamos la parte principal compartiendo un cabracho. Pleno de sabor, carnes prietas características de este pez, una elección acertada.
Como colofón, un rico flan de queso y un helado de cucurucho. Y los últimos sorbos del godello, antes de dar un paseíto sobre la arena húmeda.
La temperatura suave de aquel día facilitaba el caminar, antes de completar la jornada con el viaje de vuelta. Últimas sensaciones de un día más que bonito, una ventana al paraíso.