En mi pueblo no hay panadería ni se puede adquirir la prensa diaria. Hay una iglesia, un par de bares restaurantes, un pequeño centro social con su biblioteca, y uno de los albergues más conocidos del Camino del Norte. Y tranquilidad, y mucha paz.

Durante bastantes años la casa donde habito fue el balneario, el monasterio laico donde llegaba maltrecho cada viernes, para dejarme caer. El lugar en que el cuerpo reponía fuerzas, y donde la loca de la casa decía, gracias por traerme aquí.

Fue mucho. Hoy, atemperada la vida por el paso de los años y todo lo que ello conlleva, se puede disfrutar de otra manera

Esa mañana pensaba que muchas veces ponemos nuestros afanes en paraísos lejanos, que nos prometen novedades y aventuras. En ese irse la cabeza, nos olvidamos de las actividades y paisajes cercanos, que pueden ser y son el placer inmenso y cotidiano.

En esas estaba un sábado como tantos otros, en que cogía el coche para ir a por lo que no tengo en mi pueblo, pan y prensa. Y saltó la idea sin buscarla. Voy a hacer unas fotos para poder contarlo.

Que belleza de camino, para ir despacito, con la radio puesta o sin ella, o hablando con mi madre de las cosas de cada día, o pensando. Y disfrutando del bosque, de las vacas y de los burrillos que pacen apaciblemente.

Y si hace bueno, con las ventanillas abajo, oliendo. Porque huele a verde, a eucalipto y a humedad. A sano.

Que belleza esa mañana, amigos, familia, en lo cotidiano

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