Un domingo de junio que parecía agosto recalamos a comer en el Restaurante Estrella del Bajo Carrión. Realmente debiéramos decir Hotel Restaurante, porque ofrece ambos servicios hosteleros.

El amplio aparcamiento ya es descanso. Árboles añosos y arbustos con flores son un primer reposo para el viajero. Si toca sombra más que descanso, premio gordo pensando en el posterior viaje después de la sobremesa.

Al entrar al establecimiento nos encontramos con un gran espacio que sirve como vestíbulo, salón y comedor. Techos altos, luz tenue, ideal para el verano. También tiene una bonita chimenea, que seguro contribuye a dar calor y ambiente en los inviernos,

Grandes alfombras, una impresionante lámpara colgante, libros, mesas altas y bajas, sillas y sillones muy cómodos que invitan a no levantarse. Desde comedor o salón se ve todo el espacio abierto. Todo nos habla de diseño profesional, con gusto.

Y así es. El hotel restaurante se abrió en 1975 por el padre de las actuales propietarias y 30 años después se acometió una profunda reforma por el estudio Telone.

Siguen al frente las hijas del fundador: Paula, Pilar y Mercedes. Con Alfonso, hijo de Pilar, en la cocina.

Aquel día llegamos antes de la hora fijada, así que pudimos disfrutar del aperitivo en el salón. Un lujo asequible que recomiendo a los viajeros. Charla, descanso del viaje, una bebida fresca con aceitunas cortesía de la casa. ¡Que buen comienzo!

Llegado el momento, unos pasos y un escalón para acceder al comedor. Llaman la atención la calidad de la mantelería y vajilla. Todo cuidado con mimo.

Hay una gran carta de vinos, pero teniendo que coger el coche, había que ser prudentes con el consumo de alcohol. Nos arreglamos perfectamente con agua fresca y una copa de vino. Un Sierra Cantabria crianza de 2020, tempranillo 100% riojano

Empezamos con dos aperitivos ofrecidos por los anfitriones. Por una parte, un cuenquito con mantequilla y hierbas, acompañado por pequeñas porciones de pan. Por otra, una pequeña obra maestra de crema fría de hortalizas, predominando el tomate, con sorbete de mango y aceite de hierbas. Un auténtico bautizo de placer gastro que anunciaba una gran comida.

La carta es amplia. Vemos platos de cocina tradicional con otros más atrevidos. Tienen sitio para recomendaciones. Ese día había, entre otros, un capítulo completo con recetas alrededor del atún. También hay que subrayar la posibilidad de pedir medias raciones en bastantes de las elaboraciones ofertadas.

Como entrantes nos decidimos por medias raciones de croquetas y menestra de verduras. Flores de calabacín, una por comensal, rellenas de queso y anchoa. Y una ración de piparras fritas.

Las croquetas de jamón y queso parmesano, una delicia. Me declaro croquetero confeso y las que probé ese día, eran de medalla de oro.

La menestra, una de las especialidades tradicionales de la casa, excelente. Se nota que tienen huerta propia, además de proveedores de la zona. Gran producto y sabia elaboración, cociendo cada verdura por separado y con un ligero salteado.

Que decir de las flores de calabacín rellenas. Tempura fina, relleno suave y cremoso con sabores esperados, sin estridencias. Dos bocados que nos seguían llevando por el buen camino.

Las piparras fritas en buen aceite, con un poquito de sal. Ricas con alguna sorpresa picante, como no.

Como platos principales pedimos huevos camperos con atún picante y patatas, y manos de cerdo rellenas de cebolla confitada, foie y setas.

El primero de ellos, dentro del capítulo de sugerencias, una llamativa fusión de producto de la comarca con pequeños trocitos de atún levemente cocinados con el calor de los huevos y patatas en el plato. La combinación me sorprendió gratamente, muy rico.

Las manos de cerdo rellenas entran en el apartado de tradición casera. Gelatinosas, sabrosas, un plato redondo.

En cuanto a los postres, la elección resultaba difícil, por su atractivo. Habitualmente compartimos un postre, pero en esta ocasión cada uno pidió el suyo y compartimos dos.

El helado de queso con sopa de frutos rojos, de cine. Cremoso y con gran sabor.

Del tocinillo de cielo con helado de coco y piña confitada, qué decir. Solamente el enunciado ya dice pídeme, cómeme. Muy buenos los dos.

Después de la visita queda un recuerdo muy grato. La parada mereció la pena. Desde la entrada en aquel gran vestíbulo, el aperitivo en el salón y la comida posterior, todo fue una experiencia muy positiva. Una cocina que ofrece calidad y variedad, con un servicio experto, en un ambiente que ayuda desde el primer minuto.

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