En mi modesta opinión, la conocida popularmente como Plaza del Grano es la más bonita de León. Su nombre real es Plaza de Sta. Mª del Camino, pero la costumbre y el hecho de que se celebrasen en el lugar mercados en los que se vendía grano y otros productos del campo, hizo que el nombre popular ganase la partida.
En su tiempo estuvo totalmente porticada; hoy conserva una parte de los pórticos, sobre los que se sitúan algunas de las edificaciones más antiguas. Cuenta con un empedrado bien rehabilitado, que recuerda al del León medieval.
Además de mercados, se utilizó como plaza de toros. En el centro de la plaza, frente al ábside de la iglesia de Sta. María, se sitúa la fuente del Grano, en la que destacan las esculturas de dos niños que representan los ríos Bernesga y Torío.
Hoy es zona de paseo y terraceo cuando el tiempo lo permite. Y en uno de sus restaurantes recalamos una noche de septiembre para celebrar el cumpleaños de nuestra amiga Reyes.
El restaurante La Única, es un restaurante que merece la pena conocer. Antes de bajar a León capital, la pareja formada por el chef Javier Navarro y la maître Andrea Velasco tuvieron negocios hosteleros en Las Palmas de Gran Canaria, donde nació Javier. El agobio del Covid les hizo cambiar de lares y abrir un restaurante homónimo al actual, en la montaña de León, en Oceja de Valdellorma.
No tuve la fortuna de conocer aquel atrevimiento, pero los que saben del tema dicen que el actual La Única, es fiel heredero. Pescados y mariscos difíciles de encontrar en otro lugar de la capital leonesa, elaboraciones de carne inéditas por aquí, y pequeños guiños a las Canarias, tierra natal del chef. En toda la oferta culinaria subyace técnica y conocimiento; formación y práctica sólida de este profesional.
Nos animamos a cenar compartiendo diferentes raciones, a modo de picoteo. Para otra ocasión, en horario de comida, probaremos alguno de los pescados que dan fama al restaurante.
Elegimos un blanco con crianza, San Cobate verdejo. Nos pareció que podía acompañarnos toda la cena. Es un blanco elaborado artesanalmente, sin filtrado ni clarificado, y con crianza en barricas de roble francés. El resultado es un vino complejo, para degustar sin prisas, como hicimos aquella noche.
Empezamos con las croquetas de cigala con alioli de pera asada y tartar de cigala. Solo el enunciado indica que son croquetas complejas, con sabores marinos y frutales. Una pasada de cremosidad y un deleite para el paladar.
Seguimos con las alcachofas a la brasa con crema de queso patamulo, cecina black angus y foie mi cuit. La combinación resultó muy sabrosa. Naturalmente, en un plato como éste la verdura cede protagonismo, para compartirlo con sus compañeros de elaboración.
A continuación, las mollejas a la brasa con chimichurri ahumado. Presentación fileteada, a la brasa y con ese chimichurri ahumado. Muy ricas
Continuamos con las cocochas de bacalao al pil pil con almejas. Cocochas delicadas, pilpil perfecto y almejas con su aporte de sabor. Un gran plato.
Finalizamos la primera parte de la cena con el brisket de wagyu. Es el pecho del bóvido preparado a baja temperatura, con un punto de curación y ahumado, marcado a la brasa y con una salsa de jugo de carne y reducción del brisket, una crema de apionabo y puerro. Un buen broche para la parte salada, en mi opinión un 10: por idea, preparación, sabor y presentación.
En cuanto al postre, elegimos dos.
El milhojas con crema pastelera de naranja, frutos rojos y helado de vainilla. Hojaldre del día, crema suave y sabrosona. No se puede pedir más. Vamos, que me quedo a vivir aquí.
También, para los menos golosos, un sorbete de mango y maracuyá. Fresco, con sus toques de acidez y dulzor. También perfecto para acabar la cena y preparar una digestión aceptable.
Un marco bello, una cocina de gran altura y un servicio que necesita madurar un poco. Una gran cena para un día a recordar.
Volveremos, merece repetirse experiencia y seguir probando. ¡Hasta pronto!