En Santander, calle del Rubio esquina con calle Isabel La Católica, ha abierto un nuevo bar restaurante que nos lleva a Santoña desde que entramos por la puerta. La gerencia del local tiene fábrica de anchoas y otras salazones; también locales hosteleros en aquella villa marinera.
Cuando llegamos a Santo y Seña Cascarilla, el bar está lleno a rebosar, lo cual es una buena señal. Lo han puesto al día con nueva decoración, colores atrevidos, mobiliario variopinto y recuerdos a su origen conservero.
Subimos al comedor y el cambio de ambientación es bastante radical. Allí predomina el colorido claro, y un amueblamiento funcional y cómodo.
Carta nueva donde predominan claramente los sabores marineros, aunque también los amantes de la carne encuentran su hueco. Nos atiende personal con ganas de agradar, atentos y amables durante toda la cena.
La carta de vinos es lo suficientemente amplia para facilitar la elección; eso sí, creo que sería necesaria una mayor presencia de vinos de la tierra.
Pedimos un Juan Gil, etiqueta plata. Un Monastrell ecológico de cepas viejas y con crianza en roble francés. Lo conocíamos de alguna ocasión anterior, así que vamos sobre seguro.
Compartiremos varias raciones, para comprobar cómo se cocina y come en esta Casa. Combinamos un poco de todo, acercándonos al mar, a la tierra e, incluso, a una elaboración mixta.
Empezamos con un aperitivo cortesía de Santo y Seña, encurtidos de elaboración propia. Un sabor suave a vinagre que permitía mantener el propio de cada hortaliza. Fresco y agradable, un buen comienzo.
A continuación, la ración de gambones en salazón, ahumados con 4 aceites. Bonita presentación, con los gambones sobre una cama de algas y en un lateral del plato, 4 pipetas con aceites aromatizados: Cítrico, picante, natural y de marisco ahumado.
Después del marisco, una elaboración que combina el mar y la tierra. Manos de cerdo con mejillones y calamares. Las manos tiernas, la salsa sabrosa y bien ligada, los mejillones y el calamar, en su punto. Estando todo bien y rico, los cuatro comensales comentamos que nos gustan más las manos con la salsa tradicional; lo mismo con los mejillones y el calamar.
Continuamos con una ventresca de bonito a la brasa, muy jugosa, con el sabor contundente del pescado y las láminas de ajo que lo acompañaban.
Del pescado al remate con una carne, también a la brasa, el lagarto de bellota con una guarnición de patatas al vapor y puré de apionabo. Carne sabrosa, en su punto. Guarnición que maridaba perfectamente como acompañamiento.
Terminamos con dos postres caseros, la piña asada con almíbar de ron y lima, y un flan. Gustó el flan, recuerdo de los postres de siempre. Sobresalió la piña, dulce y jugosa, presentada en la mesa con una temperatura tibia.
Finalizada la cena y recordando aquella noche, vuelven a hacerse presentes las personas que nos atendieron, su buen trato y esfuerzo por agradar. Estamos ante un restaurante que empieza y que puede tener éxito. Conocida la carta que ofertan, y comprobada materia prima y buena mano en la cocina, es nuestro augurio
Y como siempre, terminamos alzando nuestras copas con el tinto de Juan Gil, para brindar por los buenos momentos. Y como no, deseando éxito a nuestros anfitriones santoñeses.